12 dic 2009

La búsqueda de la luz

Te despiertas en un lugar desconocido y, mientras te incorporas con un terrible dolor de cabeza, te agarras al pasamanos e intentas discernir dónde te encuentras. Está oscuro y la vieja madera ennegrecida de las empinadas escaleras cruje lastimeramente de forma intermitente. Miras a tu alrededor y te ves a ti mismo absorbido por la más absoluta oscuridad. Un espejo. Te acercas lentamente, a la par que tu doble, y juntáis las palmas de las manos. Está frío. No reconoces los antiguos muebles de aspecto valioso. Es una casa, sin duda. Y es grande. “Y húmeda” piensas con un escalofrío. Sientes la irrefrenable necesidad de preguntar: “¿Hay alguien ahí?. Silencio. El eco reverbera en la negrura de los pasillos enmoquetados. “¡Eco! repite tu imitador sonoro justo después de ti. Un último intento. “¡Beetlejuice, Beetlejuice, Beetlejuice!”. No ocurre nada. Espera... ¡Humo! No... Son imaginaciones tuyas, la mente empieza a jugarte malas pasadas. Estás solo contigo mismo en un sitio extraño.

Das un paso en dirección opuesta a tu reflejo y la tupida alfombra emite un sonido esponjoso. “¿Es roja o morada?” te preguntas. En realidad, no te importa en absoluto, pero te quedas abstraído intentando dar respuesta a tu inquietud. No se debe al indefinido tono de la alfombra. No, definitivamente te importa un bledo la alfombra. Sigues andando hacia la oscuridad, apreciando fugaces detalles: candelabros y algunos objetos macabros con pinta de ser muy antiguos, del Medievo quizá, que nunca antes habías visto. “La casa es vieja”. Bien, eso era obvio desde un principio. Pero no se te había ocurrido hasta ahora. Te paras y piensas. Es realmente curioso: te encuentras en una mansión antigua y tétrica en medio de la oscuridad: tienes la oportunidad de reflexionar al fin sin distracciones y, sin embargo... el silencio te aterra. ¿Desde cuándo te da miedo estar callado? Necesitas hablar, oír alguna voz, distraerte...

Comienzas a susurrar tonterías para ti mismo en la negrura de los pasillos mientras avanzas lentamente. De repente, interrumpes tu verborrea. Frente a ti acaba de aparecer una puerta con el pomo elaborado enteramente en cristal grabado. Inmenso en tu absurda cháchara con la oscuridad, no te habías dado cuenta de que has llegado al final del pasillo. Miras con gesto pensativo la puerta. ¿Te atreverás a traspasarla? Con un leve temblor extendiéndose por todo tu cuerpo, posas con deliberada lentitud la mano en el frágil pomo y lo giras suavemente. “Abierta, cómo no” susurras con sarcasmo. Un haz de luz se cuela en la estancia. Te asomas temeroso al otro lado y parpadeas, deslumbrado y atónito. “No es posible... No es posible...”.

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