20 dic 2009

A.G.M. - Prólogo

Sentado en mi sauce llorón, levanto la vista momentáneamente para disfrutar del calor del sol y veo al Conejo Blanco corriendo por el prado en dirección a su madriguera, la entrada a un fantástico mundo de ilusiones, quimeras y sinsentidos. Quizá fueron los versos de mi libro o quizá las agridulces palabras de tus poemas, pero la inspiración me hizo pensar “¿Y si entrara?”. Abandonar mi mundo, la realidad; evadirme, fugarme, esconderme, apartarme de todo lo imperfecto para adentrarme en una realidad de perfección relativa, aunque indudable. Sin embargo, tu nombre viene a mi cabeza inmediatamente y me dice “Quédate”. Tu nombre… La más bella danza, el primer mordisco de una dulce manzana.

Te acercas sinuosamente, sabiéndote único habitante de mi corazón, y me susurras al oído convincentes palabras con cara angelical y lengua de diablo. Penetras en mi mente, calas en mi alma, accedes a mi corazón. Quizá realmente sí comprendes mi verdadero ser. Tú dices que me quieres y yo, pobre demonio, te creo ciegamente. Después de todo, eres mi razón para vivir, para despertar de este irreal sueño en que siempre estoy.

Eres tú, ángel de ensueño, mi injusta recompensa, como el premio que no gané o el galardón que nunca merecí. Pero el jurado ha tomado su decisión y el juez Cupido se muestra de acuerdo con el veredicto alcanzado. Nosotros, simples mortales, no tenemos más remedio que aceptar su condena. El dulce, dulce castigo de Eros. Ahora lo entiendo: no puedo salir de aquí hasta cumplir con la sentencia. Tendré que esperar a satisfacer del todo mi sanción para asomarme a la luz y salir del País de las Maravillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario