21 ene 2010

Un filósofo en un café

Siempre que remuevo el café recuerdo la grave voz de mi padre diciendo que lo correcto (o, como diría mi madre, lo protocolario) es hacerlo en el sentido de las agujas del reloj. Pero estas manos mías que apenas me pertenecen se niegan a obedecerme y la burlona sonrisa del café se pierde entre remolinos de nata y canela. El local está abarrotado y desde mi sitio puedo ver a una joven en la barra bebiendo tranquilamente mientre hojea un libro de poesía. La verdad es que es bastante guapa, con mejillas levemente sonradas y el etcétera de su largo cabello recogido en una trenza. No se parece en nada a los grotescos esperpentos de mi sitio habitual. Creo que desde que la miro hasta el café sabe mejor y la silla se me antoja el trono de un rey. Me gustaría acercarme y decirle algo, pero mi cobardía me lo impide y me limito a erosionar mi cuchara con vueltas y más vueltas a contrarreloj.

Ella se levanta de la barra y se dirige a la puerta, aún con sus ojos de diamante prendidos del libro. Y un vistazo, una leve ojeada en mi dirección... Y sonríe, pero no con esa macabra mueca sarcástica a la que estoy acostumbrado, sino formando una media luna entreabierta con sus labios, con los ojos brillantes, como parte de una greguería que no termino de comprender. Sonríe entre parentésis, con una pícara mirada entrecomillada tan fugaz que por un momento creí que sólo estaba en mi mente. Qué guapa es... Tiene que ser mía.

1 comentario:

  1. que romantico nacho! la vi en una cafeteria con un libro de poesia y me enomoré...!
    por cierto, yo no mido los versos...soy de letras!XD

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