16 ene 2010

Reencuentro

Caía la noche en el pueblo milenario y me dirigía con paso firme y seguro hacia la única taberna de la zona, situada en el cruce de Road Valley y St. Mathews. El descampado que servía de aparcamiento estaba poblado de coches viejos y camionetas. Me detuve ante la puerta y me atusé el pelo azabache, tan apropiado para un morador de la noche. El tacto del pomo metálico me pareció cálido al contacto y sonreí ligeramente con ironía. Al abrir la puerta, tintineó la campanilla y todos los parroquianos se giraron al instante para mirarme. Con una nueva sonrisa leve, me senté cerca de la puerta.

De repente, me di cuenta de que la camarera me miraba muy intensamente. Parecía incluso idiota en su absorto, pero a mí me hizo gracia. Creo que lo sabía. Cuando salió de su ensimismamiento, se acercó con paso vacilante hacia mi mesa con un bloc de notas y un bolígrafo en la mano. Al fin, consiguió articular un tartamudeante “¿Quiere tomar algo?” y, tras pensármelo unos instantes, le pedí una copa de vino tinto. Una irónica salida. La chica rubia asintió y, tras anotarlo, se alejó medio corriendo, medio volando hacia la barra.

Enterré el rostro entre las manos y me puse a pensar. Perdido en mis cavilaciones, una escena se formó espontáneamente en mi cabeza y me vi atrapado en una repentina espiral de progresiva inconsciencia.


Estaba en el lago Blake y la chica rubia me acompañaba. Aún llevaba el ridículo uniforme del tugurio. Al parecer, la noche había caído y se podía oír el canto triste de algún grillo en la lejanía. Acercándose lentamente hacia mí, pude notar la atracción que yo ejercía en ella y el empalagoso olor del sol sobre su piel.

- No deberías jugar – dije sin previo aviso, medio divertido.

No era consciente de estar hablando y, sin embargo, las palabras parecían salir solas de mi boca.

- ¿Quién juega? Además, jugar es… divertido. – Acercándose más y más a cada instante, sonreía con un brillo extraño en sus ojos. Lujuria.

- Ah, pero puedes salir malparada, ya sabes…

- Hum… Me arriesgaré. Seguro que merece la pena.

Estaba alarmantemente cerca, pero no sentía esa incomodidad que me solía embargar cuando uno de ellos se me acercaba tanto.

- Eres una chiquilla inconsciente. Me gusta. – Sin apenas darme cuenta, me pasé la lengua por el labio superior. Parecía tan apetitosa…

- Bésame.

Perdí el control. Ella tenía algo que me atraía, un hipnotismo desconocido para mí. Al momento, mis labios estaban pegados a los suyos y todo lo que nos rodeaba empezó a volverse difuso y desaparecer.


Me desperté de un sobresalto y con la respiración agitada. Miré a mi alrededor para comprobar si alguien había notado mi ausencia, pero al parecer nadie se había fijado o no daban muestras de que fuera así. Simplemente me miraban de reojo como a un monstruo, un marginado, un fuera de lugar. Pero estaba acostumbrado. No me importaba lo que pudiesen pensar esos imbéciles paletos.

- Su vino, señor. – La chica se me quedó nuevamente observando expectante, casi ansiosa.

- Así que eres tú… - Musité. – Es un placer volver a verte.

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