No tenía por qué leerlo, pero me entró la curiosidad. Me pareció pésimo, vulgar, infumable y falto de imaginación. Una vomitiva sucesión de estados de Facebook que se me atragantaron hasta la náusea. Aquel sucedáneo de escritor merecía ahogarse en la misma tinta que había malgastado. Pero, a falta de un instrumento más dramático, le destrocé el cráneo con su propio volumen. Ni con sangre su letra me entra.
Nadie enseña al poeta
Hace 6 años
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