1 sept 2010

Tardes de cine

Un sencillo gesto y te tendría a mis pies. Con sólo dos palabras doblegaría tu alma y una más bastaría para conquistar tu corazón. Te susurro palabras envenenadas al oído y tú te dejas embriagar por el empalagoso aroma de cada sílaba mientras nos fundimos en uno y entierras tu tierna cabeza en mi pecho sólo para escuchar la cadencia de mi corazón, el ritmo de mi respiración.

Con sólo una mirada sé qué quieres: a mí. Me deseas. Quién sabe si es amor o simple encaprichamiento. Me devuelves la mirada con carita de cordero y te sonrío tranquilizador. Unos ojos tan bonitos no están hechos para llorar, o eso pienso yo.

No hay excusas ni explicaciones para mi actitud. Simplemente es así: estamos tú y yo en tu casa, abrazados como una pareja cualquiera, haciéndonos mimos y poniendo carantoñas. Y tú sonríes. Qué delicia. Tus ojos brillan mientras te acaricio el pelo y el único sonido es el de nuestros alientos acompasados y los latidos acelerados de nuestros corazones.

Sólo un movimiento y nos estaríamos besando. Un roce casual. Un simple giro para atravesar las barreras de lo prohibido. Una caricia invisible. Y tú sabes que no podemos, que no debemos, pero no puedes resistirte a mi encanto, mi perfume, mi canto de sirena. ¿Quién sabe cómo acabará esto? Sólo sé que no es amor. Y sin embargo, lo es…

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