5 abr 2010

Hasta otra

¿Sabes esa sensación de hormiguita mientras observas las constelaciones del firmamento en una noche cualquiera de verano? Me gustaría poder decir que mis versos amargos son capaces de acabar con el caos presente, tenue reflejo del tiempo pasado perdido, pero la realidad es que debo conformarme con una parcelita bajo el sol, un cuaderno gastado y un boli mordisqueado. Ah, y ceras de colores. Siempre me gustaron las ceras de colores.

La claridad de tu sonrisa trasciende al tiempo cual paradigma de lo divino, iluminando esa graciosa nariz que siempre te acomplejó. Dos estrellas se ríen socarronas aún hoy que no me ves y yo ya olvidé cómo llegar al País de Nunca Jamás, pues enfermé de locura y acabé tomando el té con una liebre parlante y un pintoresco vendedor de sombreros.

Abro mi pequeño tarro de luciérnagas y sólo encuentro un espeso mejunje de olor dulzón y, a la vez, salado, como lágrimas de mermelada o miel de sollozos olvidados. Y es entonces cuando me pongo a pensar en todo lo que fue, en lo que podría haber sido, en lo que nunca será... Y dos palabras que danzan en mi mente aparecen y se repiten una y otra vez hasta producirme jaqueca. Tan simple como dos palabras, casi un adiós, apenas un suspiro... Hasta otra.

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