7 sept 2013

Mamá

«¡Mamá, mamá!»,
grito en medio de la noche.
«¡Mamá, vente!»,
repito a la oscuridad.
«Estoy llegando»,
susurra como si estuviera a mi lado.
«¡Más deprisa, mamá!»,
insisto retorciéndome sobre las sábanas.
«Ya casi estoy...»,
me dice jadeando por el esfuerzo.

El sudor baña mi cuerpo febril
y me he de morder el puño para no gritar.
Los escalofríos recorren toda mi espalda
mientras oigo su respiración acelerada in crescendo.

De repente, la noto cerca,
acariciando mi mejilla,
sintiendo su pulso.

Me revuelve el pelo
y yo, casi lloroso,
le doy un beso,
y luego otro.

Con la frente en su vientre,
me deleito con su olor
y ese sonido tranquilizador.

Nuestras palpitaciones se aceleran
y abraza fuertemente mi cabeza
mientras siento su tibieza
invadiéndome,
llenándome.

Un jadeo sordo y
la última lágrima roza mis labios.

Silencio.

Nada ni nadie da tanta paz como una mamá da.