11 abr 2012

Hambre

Imagina un paisaje de ensueño: tú y yo bajo un sauce nudoso con una ligera brisa revolviéndonos los cabellos. Recostado contra el tronco, miro hacia adelante, hacia la verde inmensidad, y tú suspiras con la cabeza apoyada en mí. Qué fácil sería alargar la mano y alimentar esa sonrisa a base de besos y arándanos...

Pero los sauces no dan arándanos. Ahora lo veo claro: la imagen que antes parecía tan nítida comienza a emborronarse y da paso a una cruel realidad. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que esté ocurriendo de verdad, ya que lo observo todo como un mero espectador invisible, pero parece tan real...

Estamos corriendo. Podría tratarse del mismo verdor bucólico, pero no hay brisa, nada se mueve aparte de nosotros. El cielo, antes azul, es gris, como si se debatiera entre llover o no llover. No hay árboles, ni flores, ni animales: sólo nosotros. Corriendo. Huyendo. Pero, ¿quién nos iba a perseguir?

Curiosamente, noto el dolor en los pies, el cansancio en las piernas. También percibo que empiezas a cansarte, pero que no podemos parar. Parar es malo, muy malo. Te agarro fuertemente de la mano para que no desfallezcas y al fin consigo ver algo en el horizonte inmediato, una ruptura de esta verde redundancia.

Es como si hubiéramos llegado al final... si es que lo hubiera: unos arbustos delimitan este eterno prado, pero no hay nada más allá. que no es el mejor escondite (¿escondite?), pero no tenemos ningún otro, así que te obligo a agacharte conmigo y trato de controlar mi respiración desbocada.

Por primera vez, reparo en ti: tienes el pelo revuelto, marcas de haber llorado, un par de raspones y no llevas camiseta. Todo tu delgado torso está cubierto de sudor y briznas de hierba, pero cuando me pides que te abrace no lo dudo un momento. Me cuesta contener las lágrimas que me causa verte tan aterrado e indefenso.

No sé cuánto tiempo permanecemos en esa postura, silenciosos y jadeantes, pero al fin retomas la palabra. No soy capaz de escucharte, pero mi otro yo parece hacerlo. Y de golpe, como quien enciende la radio en medio de un programa, me llega tu melódica y aniñada voz diciendo "Sabes que soy tu chico ideal". Y tienes razón, pero hay algo... No preguntes, sólo que no es posible. Y tampoco justo. Pero no por ello dejaré de abrazarte.