16 ene 2011

El maniquí

Cada palabra que retoza entre las brumas oscuras del alma errante se vierte hirviendo en el estanque de tu belleza y cuartea cruelmente el rostro del que una vez me enamoré. Tú querías ser perfecto para siempre y yo te devolvía a este mundo de tristes realidades; tus fantasías ahogadas por mi razón. Y ahora ya no estás y las palabras de nada sirven, pues cada frase, sílaba, letra emborrona tu recuerdo y mancha, repugnante, mi cuaderno de notas, en el que cada verso te recuerda nostálgico entre garabatos de corazones y nuestros nombres continuamente entrelazados.

Dime, mi amor, si existe forma alguna de que la tinta no se escurra con mis lágrimas y las más bellas rimas con tu nombre y mi sonrisa se derramen inexorables; dime por qué los maniquíes no son personas y, sin embargo, siempre fui el titiritero que te manejaba desde las sombras que sólo la luz cercana procura. Quién podría imaginar que esos mismos hilos eran en realidad tejidos por las Moiras, de sonrisa torcida y mirada mezquina.

El hilo jamás se volvió dorado.