12 may 2010

Importancia capital

El avión había aterrizado hacía dos horas y León aún esperaba con un pie apoyado en la pared y otro en el suelo embaldosado. La paciencia nunca había sido su virtud, hecho que su gesto ceñudo corroboraba con sólo mirarle a la cara, sutilmente escoltada por dos mechones rebeldes que se descolgaban de su flequillo castaño claro. Los ambarinos ojos escudriñaban las salidas en busca de un rostro conocido mientras los músculos de sus considerables antebrazos quedaban surcados por un mar de venas, tal era la fuerza con la que cruzaba los brazos. Con una camiseta corta blanca cubierta por un simple chaleco y unos tejanos agujereados, no dejaba de llamar la atención entre la gente común del aeropuerto, que, al reparar en su intensa mirada, prefería desviar la propia de inmediato.

- ¿Esperas a alguien?

Sorprendido, León buscó la misteriosa voz de acento sureño y fijó su vista en un muchacho que se había sentado sigilosamente a su izquierda. El peculiar joven vestía una camiseta descolorida y unos vaqueros estrechos que revelaban el contorno de unas piernas delgadas, pero con cierto atractivo. La apretada camiseta, cuyos colores representaban la bandera inglesa, marcaba el prominente pecho del muchacho, con lo que, en líneas generales, el chico resultaba bastante sugerente.

- Creí que no vendrías.

El pintoresco joven rió con su voz suave y musical y se puso en pie. Era algo más corto de estatura que León, pero no por ello menos atractivo, pues su morena piel relucía con el reflejo del sol y su pelo, bastante más corto de lo habitual, se movía ligeramente y no sin cierta gracia con cada movimiento de la cabeza.

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Los dos chicos entraron en la habitación del insignificante hotelucho y Asier cerró la puerta; dejó la maleta a un lado, se pasó la mano por el pelo y fue al cuarto de baño mientras León inspeccionaba minuciosamente las dependencias temporales de su amigo. El cuarto no era demasiado grande, con un horrendo papel tapiz cubriendo todas las paredes hasta prácticamente alcanzar el techo desconchado. La moqueta, más negra que morada, presentaba numerosas quemaduras de cigarrillo y alguna que otra mancha permanente sin identificar. Pero la palma, decidió, se la llevaba el estampado de las cortinas, a juego con el edredón de la cama de matrimonio. En general, el cuadro era tan deprimente que León no sabía si reír o llorar.

- Muchas gracias por todo. Ha sido un día fantástico.

Con el pecho al descubierto, Asier salía del cuarto de baño con la camiseta al hombro. Tras pasar suntuosamente por delante de León, se sentó al borde de la cama y comenzó a desvestirse bajo la disimulada mirada de reojo de su amigo. Realmente tenía un cuerpo muy provocativo, pensó éste. Sin embargo, desechó tal pensamiento de inmediato y también él comenzó a quitarse toda la ropa hasta que ambos se quedaron sólo con la ropa interior. La escena resultaba a ambos bastante erótica, a pesar de las circunstancias, pero León consiguió salir de su ensimismamiento para ponerse la parte inferior del liviano pijama de verano. Los dos chicos se metieron en la cama y el silencio se hizo tras un casi inaudible “Buenas noches”.

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- León, ¿estás despierto?

No hubo respuesta. Sin embargo, Asier intuía que, despierto o no, su respuesta nunca habría sido contestada por su amigo. En medio de la oscuridad, sentía el roce de su cálido cuerpo en contacto con el suyo, lo cual le provocó un escalofrío inmediato que le recorrió de pies a cabeza y le dejó una sensación de hormigueo a lo largo de toda la columna vertebral. Muy lentamente, acercó su mano al pecho desnudo de León y se deleitó con las sinuosas formas de su fuerte tórax, acariciando cada centímetro de piel con sus hábiles dedos mientras todo su cuerpo se estremecía. Finalmente, no fue capaz de seguir resistiendo la apremiante tentación y posó delicadamente sus finos labios sobre la pequeña boca de León hasta que sintió la presión de una mano fuerte en su espalda.

- Asier…

- Lo siento.

- No, pero… ¿Por qué…?

- Lo siento, lo siento.

El seductor moreno giró el cuerpo y enterró el rostro en la almohada para derramar unas lágrimas amargas. Estupefacto, León trataba de encontrar sentido a lo que acababa de suceder.

- Asier…

- Ya te he dicho que lo siento.

- Mírame… Vamos, mírame. Por favor…

Al fin, Asier volvió su rostro hacia el chico de pelo castaño y éste contempló anonadado las lágrimas que resbalaban desde los enrojecidos ojos de su amigo. Sin poder evitarlo, el moreno le besó nuevamente sin que él opusiera ningún tipo de resistencia.

- No está bien… Esto no está bien…

- Lo sé, lo siento. Te quiero.

- Asier… Tengo pareja, ya lo sabes.

- No puedo… Yo… Lo siento.

- Deja de repetir eso.

- Es que…

- ¿Qué?

- …que yo… yo te quiero.

- No podemos…

- Dímelo. Dime que no me quieres.

- Asier, yo no…

- Que me lo digas.

- No… no puedo.

- ¿Por qué?

- Porque… yo también te quiero.

Sin darle tiempo a asimilar la revelación, León atrajo al moreno hacia sí y le besó con vehemencia, a lo que el otro respondió estrechando su cuerpo contra el suyo en un tierno y apretado abrazo. Entre besos cada vez más apasionados, las manos de ambos recorrían sus cuerpos, subiendo y bajando por las espaldas o enredándose en sus cabellos. León introdujo una mano en el pantalón de Asier y comenzó a acariciarle con delicadeza mientras su compañero cubría de besos su cuello y pecho soltando sordos gemidos de placer. Finalmente, el chico de pelo castaño le quitó el pijama y el moreno hizo lo mismo, quedando los dos en ropa interior, lo cual indudablemente evidenciaba la tremenda excitación de ambos. Sin perder un momento, León se libró de la poca ropa que le quedaba a su amigo y comenzó a besar tiernamente su pecho…

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A la mañana siguiente, Asier se despertó a causa de los primeros rayos de sol que se colaban por la ventana. Con una sonrisa de inocente felicidad en los labios, se giró para contemplar el angelical rostro de su amante. Sin embargo, no había nadie más en la cama, sólo una nota sobre la almohada. El joven alargó una mano temblorosa al trozo de papel y leyó varias veces la única palabra escrita en él. “Perdóname”. Aún con el pequeño manuscrito en el puño, Asier se llevó las manos a la cara y las lágrimas comenzaron a brotar inexorablemente de sus ojos. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? ¿Por qué? ¿Por qué…?