30 ene 2010

¡Fustígame!

¡Ódiame!
¡Despréciame!
¡Fustígame!

¡Azótame con fuerza,
blande tu espada blanca
frente a mi rostro
y desgarra mi carne de pecador!

Quiéreme y ódiame,
sólo así seré feliz.
Así debe ser... ¿Es así?

21 ene 2010

Un filósofo en un café

Siempre que remuevo el café recuerdo la grave voz de mi padre diciendo que lo correcto (o, como diría mi madre, lo protocolario) es hacerlo en el sentido de las agujas del reloj. Pero estas manos mías que apenas me pertenecen se niegan a obedecerme y la burlona sonrisa del café se pierde entre remolinos de nata y canela. El local está abarrotado y desde mi sitio puedo ver a una joven en la barra bebiendo tranquilamente mientre hojea un libro de poesía. La verdad es que es bastante guapa, con mejillas levemente sonradas y el etcétera de su largo cabello recogido en una trenza. No se parece en nada a los grotescos esperpentos de mi sitio habitual. Creo que desde que la miro hasta el café sabe mejor y la silla se me antoja el trono de un rey. Me gustaría acercarme y decirle algo, pero mi cobardía me lo impide y me limito a erosionar mi cuchara con vueltas y más vueltas a contrarreloj.

Ella se levanta de la barra y se dirige a la puerta, aún con sus ojos de diamante prendidos del libro. Y un vistazo, una leve ojeada en mi dirección... Y sonríe, pero no con esa macabra mueca sarcástica a la que estoy acostumbrado, sino formando una media luna entreabierta con sus labios, con los ojos brillantes, como parte de una greguería que no termino de comprender. Sonríe entre parentésis, con una pícara mirada entrecomillada tan fugaz que por un momento creí que sólo estaba en mi mente. Qué guapa es... Tiene que ser mía.

20 ene 2010

De esperpentos en la sombra

Como niebla espesa
entre sombras de ensueño
se deslizan cual sueño
ilusiones funestas.

Una figura marcha
y lenta avanza.
No camina, sino danza
entre rocío y escarcha.

¡Un dos, un dos!
¡Y zis y zas!
Avanza más
sin miedo en voz.

Que este asalto lo gana vos
no lo discuta ni el propio Dios.

16 ene 2010

Reencuentro

Caía la noche en el pueblo milenario y me dirigía con paso firme y seguro hacia la única taberna de la zona, situada en el cruce de Road Valley y St. Mathews. El descampado que servía de aparcamiento estaba poblado de coches viejos y camionetas. Me detuve ante la puerta y me atusé el pelo azabache, tan apropiado para un morador de la noche. El tacto del pomo metálico me pareció cálido al contacto y sonreí ligeramente con ironía. Al abrir la puerta, tintineó la campanilla y todos los parroquianos se giraron al instante para mirarme. Con una nueva sonrisa leve, me senté cerca de la puerta.

De repente, me di cuenta de que la camarera me miraba muy intensamente. Parecía incluso idiota en su absorto, pero a mí me hizo gracia. Creo que lo sabía. Cuando salió de su ensimismamiento, se acercó con paso vacilante hacia mi mesa con un bloc de notas y un bolígrafo en la mano. Al fin, consiguió articular un tartamudeante “¿Quiere tomar algo?” y, tras pensármelo unos instantes, le pedí una copa de vino tinto. Una irónica salida. La chica rubia asintió y, tras anotarlo, se alejó medio corriendo, medio volando hacia la barra.

Enterré el rostro entre las manos y me puse a pensar. Perdido en mis cavilaciones, una escena se formó espontáneamente en mi cabeza y me vi atrapado en una repentina espiral de progresiva inconsciencia.


Estaba en el lago Blake y la chica rubia me acompañaba. Aún llevaba el ridículo uniforme del tugurio. Al parecer, la noche había caído y se podía oír el canto triste de algún grillo en la lejanía. Acercándose lentamente hacia mí, pude notar la atracción que yo ejercía en ella y el empalagoso olor del sol sobre su piel.

- No deberías jugar – dije sin previo aviso, medio divertido.

No era consciente de estar hablando y, sin embargo, las palabras parecían salir solas de mi boca.

- ¿Quién juega? Además, jugar es… divertido. – Acercándose más y más a cada instante, sonreía con un brillo extraño en sus ojos. Lujuria.

- Ah, pero puedes salir malparada, ya sabes…

- Hum… Me arriesgaré. Seguro que merece la pena.

Estaba alarmantemente cerca, pero no sentía esa incomodidad que me solía embargar cuando uno de ellos se me acercaba tanto.

- Eres una chiquilla inconsciente. Me gusta. – Sin apenas darme cuenta, me pasé la lengua por el labio superior. Parecía tan apetitosa…

- Bésame.

Perdí el control. Ella tenía algo que me atraía, un hipnotismo desconocido para mí. Al momento, mis labios estaban pegados a los suyos y todo lo que nos rodeaba empezó a volverse difuso y desaparecer.


Me desperté de un sobresalto y con la respiración agitada. Miré a mi alrededor para comprobar si alguien había notado mi ausencia, pero al parecer nadie se había fijado o no daban muestras de que fuera así. Simplemente me miraban de reojo como a un monstruo, un marginado, un fuera de lugar. Pero estaba acostumbrado. No me importaba lo que pudiesen pensar esos imbéciles paletos.

- Su vino, señor. – La chica se me quedó nuevamente observando expectante, casi ansiosa.

- Así que eres tú… - Musité. – Es un placer volver a verte.

8 ene 2010

Present [por M.O.M.]

Cuando él estaba en soledad,
pidió a la luna algo más;
tres deseos realizó
de los cuales uno invisible se cumplió;

una divinidad le concedió
un imperdible sueño que valoró;
una infinita satisfacción se creó
y con sus cadenas plateadas recibió
un tesoro increíble que duró...

...doce meses sonaban en el viento;
con su mente siempre en movimiento
una llave regaló, para poder abrir su corazón;
en todos los idiomas éste oía
grandes diferencias que a la vez se parecían.